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Que nadie quede afuera de la ronda

¿Te acordas los tiempos de jardín? Yo los recuerdo con una mezcla de añoro y cariño, por momentos.

Otros, lo hago con vergüenza. Recuerdo la maldad que brota como yuyo de la ignorancia.

Como las flores, crecer en un jardín tiene sus condicionantes. Hay quienes crecen rodeados de colores. Otros afrontan el árido descampado, emergiendo como si respirar fuera una increíble maniobra de supervivencia.

También hay quienes crecen en uniformes jardines de monocultivo, rodeados de verde olivo. No faltan aquellos que combaten cuerpo a cuerpo por un rayo de luz que permita evitar ser una cifra más entre los daños colaterales de árboles marchitos.

Pero hoy pienso en lo que me hubiese gustado decirte: que tu soledad no era tu sombra y que si querías, por supuesto que podías entrar a jugar en nuestra ronda.

No imaginé que nuestro mundo, entonces parecido a un cumpleaños donde el afecto no brillaba por su ausencia, fuese tan hostil con los excluidos de este juego. Lo hace peor, o al menos más absurdo, que el premio sea al más despiadado. Te digo enserio: premiamos lo más dañino.

¿Que por qué?

No lo sé bien. Pero así funciona, ¿no?Nos arrastraron desde aquellos polvos hacía estos lodos, tildados de locos ante la impericia de sostener que la estabilidad es similar a una mariposa emprendiendo el vuelo, contra las tempestades que la dan una y otra vez contra el suelo.

Pero yo quería pedirte perdón, por abandonar los retazos de tela que envolvían ese corazón y sus aortas, como ausencias de plomo detrás de fachadas de colores y estridentes sonidos; del sentimiento propio de aquellas miradas que recordamos para aterrizar forzosamente en la realidad; ya no se encuentran, pero ahí resisten, como voces de abuelos que ya no nos hablan, y sin embargo tanto nos dicen.

Hoy, 17 de julio, es el día de la prevención del suicidio. Y yo quisiera, como si con eso bastara, desearte que puedas amigarte con ese otro fantasma gris que asedia tus reflejos, que se alimenta de la llama de los corazones que te dicen “fuerza” para luego vomitarte los mismos hechizos y maldiciones de siempre: “dale boludo, que si le metes podes salir siempre”.

Yo sé que el miedo engorda cada vez que recae en tu espalda la responsabilidad de sobrevivir y además tener que vender orgullosamente el brillo de tus cadenas, al costo de marchitar los colores que en cada quien cobran su propio sentido. Duelen los contrastes de la luz que nos venden con las sombras apagadas. Pero te deseo que esas almas despojadas de vida o al menos de todo lo bello que aquí puede haber, no te alcancen, no te arrastren, no te ganen.

Porque también soy un poco pelotudo, ante todo tozudo de la idea de que amenazar el orden existente es motivo suficiente para reclamarle al dolor de nuestros retazos.

Te invito entonces a vivir un día más, para quebrantar, de una vez y por todas, el ancla que tenés atada a tu tobillo, disfrazada de paz.

Apu | 17/07/23 | Montevideo
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