“No nos han vencido”
aulló un pueblo dolorido
que mientras cabalgaba sobre la espalda
de un cíclope orgulloso
transitó sus horas más aciagas.
Recorriendo sus calles lóbregas,
se vio este pueblo repleto de humanos de trato inhumano
mientras con el humo del fuego en sus zapatos
fue advirtiendo que pronto las quimeras,
si uno las mira de cerca, se perciben
no ya como leones encadenados
sino libertados:
quizá el mejor chiste mal contado,
que nos encuentra vomitando nuestro pasmo
frente a las jaulas abiertas.
Y así desde las puertas, donde se han visto los ocasos
hoy recorren sus pasos
los sueños reprimidos
de un gigante dormido
que impaciente y desmembrado
ante ese mármol, aún aguarda en vano
mientras que de sus agrisadas e iguales tristes calles derechas
parecen apagarse los tibios sueños primaverales:
Ante el sentimiento de entierro
resoplan aún los versos
que en retirada sostienen
su magnánimo acervo:
«No te rindas», no bajes los brazos
cuando en nombre de la libertad,
vengan a vender su proyecto unipersonal;
cuando quieran traficar sus ínfulas de antisistema,
como gotera dorada ante la sequía de ideas;
cuando pongan en el cielo el desaforado grito
que en su brillo promete la entelequia en la tierra
en voz de los portadores de caretas que disfrazan
a los viejos lobos
que hoy estrenan nuevas pieles.
Duele ver
cómo pasamos de soñar con nunca más ser menos,
a que nos vendan el invaluable costo de aspirar en esta vida
a ser un primo lejano de algún número que tiende a 0
mientras la pantalla invita
a seguir soñando con el reflejo de aquellos
dueños del todo por ciento
que frívolamente nos lleva
a masticar con rabia el vidrio del espejismo
que nos devuelve desnudo el mito mitómano del derrame;
de la salvación con envase privatizador;
de la urgencia de que al fin aparezca la motosierra
que recorte cuántos planes haya,
y mientras el garrote calle la protesta
se deje de sostener lo que por naturaleza, debería perecer:
como si ese fuera el costo de no ser capaces de entender
los tiempos en que al grito de la ignorancia le decimos “mi Rey”;
olvidando selectivamente
que la violencia con la que predican
ser enemigos de una casta
maliciosamente abriga
la justicia de los ajustados,
que en su religión de libre mercado
los encuentra con desidia y ojos desorbitados,
sosteniendo el traje para salir a una nueva cruzada
que sostiene la espada con su mano invisible;
a salir a conquistar el hueso de oro
como perros roñosos,
en la guerra del Mercado contra el Estado
como si este no fuera
su juez y gendarme.
Por eso, no basta:
No será el discurso
que paternalmente hamaca el sueño de la vida digna
el que logre espantar a los cuervos de la democracia malherida
sino la dignidad:
la misma que pone de pie a una patria,
y que como la raíz
crece desde el pie.
Aunque alcen sus gritos y digan que son todos lo mismo;
Aunque parezca que su carroña los robustece
mientras hay niños que tragan basura en el granero del mundo;
haciendo frente a la distopía
será el recuerdo de los mejores años
los que pongan de pie a la Argentina
frente a quienes quieran verla esbirra
olvidando que es un pueblo consciente
de que su unión verdadera
radica en que ante el hermano odiado,
ante el espanto que une,
será el amor por su tierra libre y soberana
el que al final evite
que lo devoren los de afuera.
Porque nada podemos esperar
si no es, de nosotros mismos
rompamos la lucha de nichos
que entre poquitos
define los tajos
qué dividen a hermanos
por las sobras de un banquete ajeno:
“Nadie se salva solo”,
aunque esas palabras
se pierdan en el ostracismo de los ladridos
que con cifras alumbra el camino de los náufragos fundidos,
desesperados por aferrarse a la balsa de lo distinto
en un mundo que ya desprende el olor fútil:
perfume identitario de los discursos podridos.
Y aunque los contagiados del recelo,
hijos alérgicos al derecho ajeno,
sostengan la bandera fratricida que entiende
en la libertad del otro un freno a su propio impulso
a nosotres nos queda
pararnos en pie de guerra
frente al odio.
Como niños caprichosos
que lloran cuando otro niño toma su juguete
haremos del llanto un nuevo canto
que despierte los ojos
porque nuestro juguete
que parece un caballito de madera
gira y conduce en su rueda
el timón de una barca
a punto de estallar.
Hace cuarenta años
esta patria con nombre de plata retomó el camino de su democracia
y aunque no falten los cipayos que pregonan los privilegios que vienen con las cadenas
sobre sus propios hermanos
será en defensa de la soberanía,
que sostenga con el cuerpo que la patria es con el otro,
que es posible un desarrollo que no se agote en unos pocos.