In Arte, Poesía Written by

No nos han vencido.

I.

“No nos han vencido”

aulló un pueblo dolorido

que mientras cabalgaba sobre la espalda 

de un cíclope orgulloso

transitó sus horas más aciagas.

Recorriendo sus calles lóbregas,

se vio este pueblo repleto de humanos de trato inhumano

mientras con el humo del fuego en sus zapatos

fue advirtiendo que pronto las quimeras,

si uno las mira de cerca, se perciben

no ya como leones encadenados

sino libertados:

quizá el mejor chiste mal contado,

que nos encuentra vomitando nuestro pasmo

frente a las jaulas abiertas.

Y así desde las puertas, donde se han visto los ocasos

hoy recorren sus pasos

los sueños reprimidos

de un gigante dormido

que impaciente y desmembrado

ante ese mármol, aún aguarda en vano

mientras que de sus agrisadas e iguales tristes calles derechas

parecen apagarse los tibios sueños primaverales:

Ante el sentimiento de entierro

resoplan aún los versos

que en retirada sostienen 

su magnánimo acervo:

«No te rindas», no bajes los brazos

cuando en nombre de la libertad,

vengan a vender su proyecto unipersonal;

cuando quieran traficar sus ínfulas de antisistema,

como gotera dorada ante la sequía de ideas;

cuando pongan en el cielo el desaforado grito

que en su brillo promete la entelequia en la tierra 

en voz de los portadores de caretas que disfrazan

a los viejos lobos

que hoy estrenan nuevas pieles.

II.

Duele ver

cómo pasamos de soñar con nunca más ser menos,

a que nos vendan el invaluable costo de aspirar en esta vida

a ser un primo lejano de algún número que tiende a 0

mientras la pantalla invita 

a seguir soñando con el reflejo de aquellos

dueños del todo por ciento

que frívolamente nos lleva

a masticar con rabia el vidrio del espejismo

que nos devuelve desnudo el mito mitómano del derrame;

de la salvación con envase privatizador;

de la urgencia de que al fin aparezca la motosierra

que recorte cuántos planes haya, 

y mientras el garrote calle la protesta

se deje de sostener lo que por naturaleza, debería perecer:

como si ese fuera el costo de no ser capaces de entender

los tiempos en que al grito de la ignorancia le decimos “mi Rey”;

olvidando selectivamente 

que la violencia con la que predican

ser enemigos de una casta

maliciosamente abriga 

la justicia de los ajustados,

que en su religión de libre mercado

los encuentra con desidia y ojos desorbitados,

sosteniendo el traje para salir a una nueva cruzada

que sostiene la espada con su mano invisible;

a salir a conquistar el hueso de oro

como perros roñosos, 

en la guerra del Mercado contra el Estado

como si este no fuera

su juez y gendarme.

Por eso, no basta:

No será el discurso

que paternalmente hamaca el sueño de la vida digna

el que logre espantar a los cuervos de la democracia malherida

sino la dignidad:

la misma que pone de pie a una patria,

y que como la raíz

crece desde el pie.

III.

Aunque alcen sus gritos y digan que son todos lo mismo;

Aunque parezca que su carroña los robustece 

mientras hay niños que tragan basura en el granero del mundo;

haciendo frente a la distopía

será el recuerdo de los mejores años

los que pongan de pie a la Argentina

frente a quienes quieran verla esbirra 

olvidando que es un pueblo consciente

de que su unión verdadera

radica en que ante el hermano odiado,

ante el espanto que une,

será el amor por su tierra libre y soberana

el que al final evite

que lo devoren los de afuera.

Porque nada podemos esperar

si no es, de nosotros mismos 

rompamos la lucha de nichos

que entre poquitos

define los tajos

qué dividen a hermanos

por las sobras de un banquete ajeno:

“Nadie se salva solo”,

aunque esas palabras  

se pierdan en el ostracismo de los ladridos

que con cifras alumbra el camino de los náufragos fundidos,

desesperados por aferrarse a la balsa de lo distinto

en un mundo que ya desprende el olor fútil:

perfume identitario de los discursos podridos. 

Y aunque los contagiados del recelo,

hijos alérgicos al derecho ajeno,

sostengan la bandera fratricida que entiende 

en la libertad del otro un freno a su propio impulso

a nosotres nos queda 

pararnos en pie de guerra 

frente al odio.

IV.

Como niños caprichosos

que lloran cuando otro niño toma su juguete

haremos del llanto un nuevo canto

que despierte los ojos

porque nuestro juguete

que parece un caballito de madera

gira y conduce en su rueda

el timón de una barca 

a punto de estallar. 

Hace cuarenta años 

esta patria con nombre de plata retomó el camino de su democracia

y aunque no falten los cipayos que pregonan los privilegios que vienen con las cadenas

sobre sus propios hermanos

será en defensa de la soberanía,

que sostenga con el cuerpo que la patria es con el otro,

que es posible un desarrollo que no se agote en unos pocos.

Por eso hoy, una vez más

será tiempo de sacar

esa argentina virtud 

de artísticamente representar

tu más epopéyica belleza

de entre medio del caos.

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