In Artículos, Bitácoras, Novedades Written by

Telarañas: o el síndrome del vampiro en una sociedad

El camino verdadero pasa por una cuerda, 

que no está extendida en alto sino sobre el suelo. 

Parece preparada más para hacer tropezar 

que para que se siga su rumbo. 

(Franz Kafka)

Telarañas es una obra catalogada dentro del género de comedia negra. Con una duración de 75 minutos, lleva a una intensidad constante cada uno de esos minutos en los que se recrea, en pleno 2023, esta obra nacida en 1976 y prohibida en su momento por el gobierno dictatorial de la república Argentina, país donde nace originalmente esta obra de Eduardo Pavlovsky.  En nuestro país, la misma cuenta con la dirección de Sebastián Silvera Perdomo y el elenco está integrado por Leonor Chavarría (la madre), Daniel Plada (el padre), Anthony Alan (el hijo), Emilio Meneses Costa (soldado-Pepe) y Daniel Romano (soldado-Beto). 

En términos genéricos, la obra trata sobre una familia prototípica, conformada por una madre, un padre y un hijo. El juego constante en la obra es la problematización de la familia como “núcleo de la sociedad” rodeada de violencia pero, ¿qué pasa cuando ese núcleo es inclusive más violento que el propio mundo que le rodea? 

Así, se ponen sobre la mesa aspectos como el dominio exacerbado de las personas, las opresiones fruto de los mandatos sociales, las vetustas tradiciones que se vuelven rígidos corsés en los que las personas se vuelven prisioneras en su propio hogar; todo ello, con su correspondiente toque de humor.  

Sé que con nadie que no sea yo, serás tan sincero…

HABLA TU ESPEJO | EL CUARTETO DE NOS

En el prólogo de su obra, Pavlovsky (1976) expresa que “Telarañas es una obra que propone explorar dramáticamente la violencia en las relaciones familiares”. Para ello, agrega que “su objetivo apunta a hacer visible la estructura ideológica invisible que subyace en toda relación familiar”. Interesante juego el de las alegorías que hacen carne ese propósito, ya que si bien como el propio autor plantea, “esto es una idea. Es lo que se pretende que la obra signifique”, inclusive “su anhelo como intelectual”, lo cierto es que por mucho, una vez que uno se adentra en el juego de simbolismos, las críticas vuelven imposible la indiferencia ante el relato de los dolores estridentes que hacen a la vida de una familia “prototipo”.

Como el propio Pavlovsky señala, “hasta aquí [llega] su pretensión”. Pero más allá de las ideas o conceptos está el teatro”.

“Digo lo que es y no lo que querés escuchar”…

HABLA TU ESPEJO | EL CUARTETO DE NOS

La obra comienza con una mesa en el centro visual de la escena, la luz tenue y la casa vacía de movimientos.

De repente, la madre (Leonor Chavarría) entra en escena, encendiendo la radio que desata la euforia. “Vamos granate” es el grito que retumba, mientras los personajes del padre (Daniel Plada) y el hijo (Anthony Alan) pasan al frente de la escena. Al respecto, es el hijo quien menciona a los desaparecidos del club, quienes ya no están, y es la historia del club la que enraiza la emotividad de una familia, hasta ahora, unida por ese mismo sentimiento. Aparece así el relato del club como identitario de esta familia, que enseguida da paso a vestigios del nacionalsocialismo, que el padre encarna en su discurso. 

Por su parte, el hijo, recibe por primera (y única vez en la obra), la aprobación de su padre. En esas reminiscencias del fascismo, quizá, está planteado una de las más importantes y directas referencias: donde la fragilidad del sentimiento se rompe, donde el dolor se vuelve cotidianidad y la violencia es moneda corriente, el fascismo amalgama esos pedazos, unificando sentires bajo pasiones exaltadas. 

Sin embargo, como todo en la vida, también esa armonía se rompe y así, se da paso a otra constante de la obra: el juego de azar como forma de canalizar el tiempo. El padre se presenta como un “estudioso de la suerte”, sin que eso signifique poder dejar la frustración en cada derrota constante ante ese azar que él dice entender y poder vencer. 

Del otro lado de la escena, el espejo da su reflejo al joven. En el juego, los problemas se camuflan, ocultando momentáneamente el contexto familiar, en el que los gritos y la violencia son parte del código de convivencia. 

“A comer con mamá”, dice ella, llamando a su hijo de mirada perdida a la mesa.

El humor se instala desde los sinsentidos del lenguaje, permitiendo que la razón se eleve en ese juego, mientras la mirada perdida del hijo se mantiene y la cuchara no cesa de sumar puré a su boca, hasta atragantarlo.

En ese juego humorístico se connota un interesante choque entre el racionamiento del padre sobre el cuidado que el niño recibe y la experiencia directa de los cuidados, encarnados en la madre. Otro juego interesante en el intercambio entre los padres es el de la resignación: bajo el humor sobre la condena del puré (si el hijo sólo podría comer esa comida durante toda su vida) se esconde también las esperanzas y posibilidades de desarrollo para un niño crecido, que por sus problemas significa una incógnita acerca de sus posibilidades de desarrollar una vida propia, problema latente entre sus padres. 

“Yo no le pregunto nada, no me meto con él”, sentencia el padre, denotando así una práctica tan presente en las familias: la evasión. 

Luego, llega la escena en la que el niño defeca en el living de la casa.

“Falta orden”, dice el padre, quien ve la escena con el asco de la lejanía por ese cuidado. Su mundo se centra en La Luz (asociación fonética y uruguaya del club de la zona sur del área metropolitana de Buenos Aires, “Lanús”, equipo originario en la mención de la obra). Nuevamente la evasión de la responsabilidad de los cuidados aparece, pero esta vez con un simbolismo aún más potente: escapa metiéndose en el armario, traspasando las puertas internas que lo alejan de la escena.

Más adelante, el niño vuelve a encarnar la figura del crupier. Es interesante quizá el cuestionamiento que hace la obra ante el concepto del juego y el “ganar”, ya que al ser un juego “intrafamiliar”, permite preguntarse, ante la “victoria” de los padres en la ruleta familiar; ¿Qué es ganar? ¿Qué es la suerte?. Por lo pronto, significa la posibilidad de despotricar las rabias acumuladas por parte del padre, quien enseguida dice en su eufórico festejo: “Me cago en las revoluciones, los sindicatos”, lo que también denota lo que significa en una sociedad consumista y cargada de violencias el “salir de pobre”, asociando la felicidad a la capacidad de consumo. 

Así, mientras el padre se mira triunfante ante el espejo, atrás, en el cuarto del niño, la prostitución cubre la necesidad de “ser parte”, de “hacerse hombre” ante los ojos de esa sociedad que se encarga de remarcar constantemente lo que uno “no es”, pero “debería ser”. 

Así, es el padre quien remarca a su hijo: “Te vas a hacer macho en la tribuna”, ante el contínuo reproche; “un nene de mamá me salió”. 

Quizá ese sea el motivo que despierta el grito sórdido del hijo en su cuarto, ante la desesperación de vivir una vida que constantemente se empeña en gritarle en la cara sus insuficiencias. 

Luego, la monotonía de los días de esta familia es interrumpida por una serie de golpes sórdidos en la puerta. Nadie atiende, lo que provoca que de los golpes, procedan a tumbar la puerta. “Esto es un aguantadero”, dice uno de los soldados encubiertos, que acto seguido da paso a la desmedida violencia del Estado. Sin embargo, esta se vuelve ínfima al lado de la violencia familiar. Así, mediante la inducción sugerente, los soldados buscan dar o al menos generar la información suficiente para poder masacrar a la familia. Sin embargo, es Beto (Romano) quien se da cuenta de que la violencia instalada en la familia se va de las manos. Lo que comienza como una represión en búsqueda de información termina con el padre pateando al hijo, rememorando sus mejores épocas como barra brava de La Luz. En la escalada de violencia, llega incluso a sacar una navaja. Está a punto de cortarle el rostro a su hijo, cuando Beto lo detiene. “¿Quiere que la familia se divida por un partido de mierda?” le dice, contemplando la punta del iceberg. “No, no” dice el soldado interpretado por Romano; “después dicen que nosotros somos los zarpados”. Acto seguido de asegurarse que sus manos no están manchadas, dice “acá no pasó nada” y los llama a darse un abrazo de padre e hijo. El resultado es una escena en la que el hijo es manoseado por su propio padre.

Ahora bien, como perros en su casa, los soldados se mimetizan con el ambiente violento, instalándose en la rutina familiar. Frente a la búsqueda de cualquier cosa que les permita atacar con rabia, calman sus ansiedades revoleando los cajones. Al abrir el ropero, encuentran un montón de pelucas y ropa femenina. Ante el hallazgo, proceden a vestirse de mujeres. Mientras brindan un discurso de lo hegemónico, de lo varonil, de lo “normal”, demuestran frente al espejo hacer lo contrario. Luego, se sientan en la mesa. Beto (Meneses Costa) saca su bolsa de cocaína en la mesa, y con el juego de azar como excusa, invita a compartir unos “tiritos”, expresión que se disfraza entre la acción literal del juego y la metafórica de la droga. Entre medio de ese escenario, la madre vuelve a la escena para ofrecer comida a los soldados, quienes para entonces ya han saqueado, violado, golpeado y amenazado dentro de la casa.

Es Pepe quien da la señal de irse. “Iban a ver cómo los reventamos”, es la despedida de tan “grato” espacio compartido.

Luego vino “la sorpresa” para el niño: una torta de cumpleaños que no codifica y entonces le arroja un escupitajo. 

El padre, frustrado, solo atina a decir: “me cago toda la torta”. Sin embargo, continúa con sus festejos, desarrollando una danza chaplinesca por todo el hogar, hasta que tropieza. Entonces, sin mediar palabra, el hijo se va, adentrándose en su espejo. “Y él, nada”, dice el padre, molesto por la falta de reconocimiento de su hijo ante los “esfuerzos” que intentan traducirse como un “gesto de amor”. Sin embargo, los regalos llevan a una violenta imposición de los deseos propios ante la voluntad ajena. Así, se da paso a la tortura como placer del rol masoquista, que asfixiando al hijo da paso al llanto ahogado de éste. 

“Un enemita y todo se le pasa”, dice su madre, en un poético juego de lavar la mierda como se lava la conciencia. Y es que en cada escena donde el sexo se hace presente, eso se traduce. Las imposiciones sociales llevan a la violencia que se connotan en el encuentro con las fantasías de la mente del hijo, quien en el encuentro con la prostituta carga la escena con diálogos que manifiestan las inseguridades de ella, junto a la violencia física que significa un descargo en él. 

Por otro lado, también es muy potente la escena del álbum de fotos, cuando tanto la madre como el padre se acarician y tratan con cariño, reflejando ese afecto encerrado en el pasado. Por su parte, el joven los mira, expectante. Él inclusive los rodea con los brazos, sin que lo noten. “Mamá está acá, está en todo” dice la mujer, jugando con la incapacidad de ver a quien tienen al lado. Así, el hijo queda ante el álbum, viendo a sus padres. Para él, el afecto es algo extranjero. 

De repente, el hijo pasa de ser un espectador, a ser integrado en su familia, que entonces comienza a remarcar un añoro con el pasado. “Éramos más respetuosos, pero más felices”, dice el padre, mientras agrega la idealización plasmada en la figura de su madre. “Vas a poder casarte, tener hijos y armar una familia tan linda y tan sana como la nuestra” le dice la pareja a su hijo, tomados de la mano. Y sentencian: “Es muy difícil la vida sin amor”.

De esta manera, podemos decir que golpe a golpe, el niño crece. Su familia lo entiende ahora como un joven más maduro. El alcohol simboliza ser el puente que une a un padre con su hijo, hasta ahora únicamente comunicados a través de una violencia constante. Si es que el concepto de “normalidad” tiene sentido alguno en esta obra, lo cierto es que en esa casa simula o amaga hacerse presente ya para este punto, en el que la familia logra “cerrar su día” sin mayores ataques de violencia.

Llega la noche y, en su soledad, el padre toma una muñeca inflable, la cual puede simbolizar el foro íntimo de la sexualidad, que si en el niño lo encuentra ante una prostituta y sus quejas, sus sentires, su pensamiento, en el caso del padre parecería representar la cosificación absoluta del “objeto” sobre el que recae su deseo sexual.

Llega un nuevo día, particularmente especial para esta familia: el padre llevará, con toda su pasión y religiosidad mediante, a su hijo a la cancha a ver a La Luz, en lo que significa el verdadero puente para su vínculo (al menos, desde la óptica de su padre). La excitación, la expectativa, el entusiasmo se vuelve latente. “No me hagas pasar papelones”, le dice entonces el padre a su hijo, sentenciando luego una frase cargada de simbolismo; “Salí de ese espejo”.

Así, se van rumbo a la cancha.

Al rato, vuelven.

La madre adopta el rol de crupier, representando al fondo de la escena a la suerte, mientras el padre relata la anécdota de lo ocurrido. El hijo gritó el gol del adversario. Por ello, recibieron toda la violencia acumulada por la propia sociedad, que los acusó de “vendepatrias”, de “traidores” de esa sociedad que los integraba.

Es el hijo el que, al volver a asumir su papel de crupier, expresa la suerte: “No va más”, comienza a gritar de forma estridente. “0: ganó la banca” es la frase que empieza a repetir una y otra vez, sentenciando el porvenir.

Un día más llega entonces para esta familia, que a diferencia de lo que nos mostró hasta ese entonces, el llamado a la mesa va acompañado de una nueva postura de la madre: “A comer solito” le dice a su hijo, mientras se nota además su cansancio. Ya la paciencia no es infinita. El hijo se saca la camiseta, abandonando así el símbolo de mayor jerarquía para su padre. Y entonces viene la sorpresa, un enorme paquete de regalo. El hijo, por reflejo y aprendizaje, lo sopla. Sus padres ya no lo esperan y entonces lo abren ellos mismos. Del paquete toman una soga. “Es para vos”, dice su madre. “¿No vas a agradecer?”, le intima su padre. 

Así, vemos una de las principales ironías que conlleva el “amor” y la escena finaliza con el hijo colgado del techo por su padre, mientras su madre patea la silla que lo deja colgando, asfixiándose. 

Frente al público, tenemos por último el suspiro final de esta familia huérfila. 

“No lo intentamos”, dice la madre, con seriedad. “No hubiera hablado”, le espeta el padre. “No entiendo a los jóvenes”, insiste ella. Él le habla de los idealistas, del mundo y de sus proceso de cambio. Al final, lo único que queda es la solitaria luz del espejo, que entonces ya no refleja a nadie. 

Curiosa manera de interpretar el síndrome del vampiro que padece esta sociedad, incapaz de ver su propio reflejo en el espejo de su propio tiempo.

Espejo y no espejismo…

HABLA TU ESPEJO | EL CUARTETO DE NOS

Retomando la introducción de Pavlovsky, el autor señala sobre el proceso creativo, que este transcurrir de la obra, en un proceso en el que el autor suelta su propia obra para que sean otros quienes la sustentan y la hagan propia a través de la acción, también tiene un proceso enmarcado. Así, el autor cuenta que “más tarde surge el director que lee el texto y percibe otro texto del escrito y descubre en los personajes otras particularidades no soñadas por el autor, y además capta otras intencionalidades y objetivos ignorados, para luego dar paso a esa “nueva y misteriosa dialéctica: actor-personaje”. Pavlovsky señala también que luego del proceso que decanta en el director y su propia apropiación de la narrativa, “más tarde aparece el actor, verdadero artífice del drama, e inunda con sus propias vivencias personales, de múltiples y desconocidas facetas, a los personajes del texto”. 

Por ello, dialogamos con algunos de los actores, que amablemente se quedaron en las inmediaciones del Teatro Stella post función para intercambiar sobre sus sentires en relación a la obra y qué reflexión les merecía la representación de los personajes que ellos interpretaron (tan cargados de esas contradicciones tan presentes en una sociedad) ya que, si la obra juega claramente con un elemento es en explotar la constante contradicción de quien mira hacia atrás, olvidándose (inclusive metafóricamente) de sí mismo en esa mirada perdida frente al espejo, carente de reflejo. 

Así, el primero en compartir su parecer fue Emilio Meneses Costa, quien expresó: “los milicos creo que representan la violencia externa a la familia. Es la violencia estatal, es la violencia que pasaba en la dictadura. Es la violación a todo; que es tu casa, tu hogar, tu centro, tu familia, con la fuerza que entra ya golpeando una puerta y tirando una puerta sin importar absolutamente nada, sin preguntar, sin golpe, sin nada, sin la opción a nada. Para mí es la violencia externa y fuerte, cruel desde lo estatal y no solo estatal, porque por algo no estamos vestidos de militares”.

En ese sentido, enfatizó: “Para mí esa fuerza externa, esa violencia externa, que también se mete adentro de la familia sin querer, o sin querer queriendo”.

Por su parte, Daniel Romano señaló que “de esa forma, en la represión, en la violencia se va acomodando por diferentes zonas”. El entrevistador le complementa, señalando que “inclusive se ve hasta superada, es decir, tu personaje ve superada la violencia que viene a imponer”. Al respecto, Romano añade: “Y es que [yo] termino entrando en otro juego; o sea, nos cambia el juego en lo que veníamos realmente a hacer. Hay una superación, un cambio de roles en el juego de la violencia o la represión”. Meneses, le complementa: “El abuso o la impunidad; creer que eso está bien y cómo la violencia externa está bien entendida para ellos. Para el personaje está muy bien lo que está pasando, y es horrible”.

Luego, es Leonor Chavarría quien reflexiona sobre su personaje; “Es quizá no lo más peligroso, pero lo más ambiguo porque la madre trabaja desde el amor, supuestamente, ¿no?. Desde el cariño y desde todo el tiempo darle el marco para que el niño, ese niño que es grande, supuestamente pueda crecer. Pero lo que plantea la obra es todo lo contrario: cómo desde ese amor, desde ese coartar también al otro, cómo le podes poner piedras en el camino para que no crezca”. 

Por otro lado, Chavarría también señala que en su personaje se “plantea el lugar de la mujer en una sociedad. Pavlovsky lo escribió en el 76’ y [vemos] cómo estamos en el mismo punto, peleando con esos mismos criterios de la mujer como el lugar de dar el cariño o de proveer el alimento o de generar el hogar”.

En este aspecto, también se le señala a la actriz cómo entra ese punto en el humor, donde se observa al padre diciendo y opinando desde lo que reflexiona y ve, mientras que la madre participa desde lo que la experiencia de los cuidados le ha permitido vivenciar. Al respecto, Chavarría agrega: “Si, y ella lo vive desde el interior de su hogar. No hay lugar o no imagino a la madre en el lugar de “afuera” en ese contexto, en esa historia. O quizá me la imagino, pero siempre pensando en el volver, porque la están esperando o porque alguien está solo en la casa, entonces no puede estar solo y tiene que hacerle la comida”. En ese marco, la actríz remarca: “Creo que Pavlovsky ahí plantea la dureza del cariño, del supuesto cariño y cómo generamos esa educación en el hogar para que el otro nunca se pueda ir. Eso es super cruel, pero a la vez super actual”.

Por su parte, Daniel Plada opina sobre su personaje: “Yo creo que en la representación del padre está la familia, todo lo que tiene que ver con la familia tipo, característica que de alguna manera podemos pensar que ya no hay, pero en realidad sigue existiendo y de hecho creo que toda esta cosa de los nuevos nacimientos de la derecha extremista y todo lo demás tiene mucho que ver con eso también de “tradición, familia y propiedad”. Entonces, creo que el padre representa todo eso; representa el nuevo nazismo, en este momento. Representa la nueva ultraderecha, los nuevos valores que son viejos, pero se quieren reinstalar. Esto de tener una familia ‘normal’, entre comillas, muchas comillas”.     

En ese marco, desde el rol entrevistador se señala que es clarísimo el humor en ese sentido, sobre todo al final con esto de “algún día ojalá encuentres a alguien como tu madre… y ojalá puedas tener una familia tan sana, como la nuestra”.

Al respecto, Plada señala: “Si, por eso. Es como que los valores de bienestar y de sanidad son totalmente distintos a lo que nosotros o yo al menos como persona creo. Él pregona o sostiene unos valores, unos cánones de vida, bastante autoritarios, bastante rígidos, estrictos, que son opresores”. 

Entonces, es Chavarría quien interviene nuevamente, para señalar otra dimensión que abordada en este trabajo escénico: “Creo que también la obra plantea la sexualidad. Qué es lo que se debe hacer y lo que está fuera de lugar. Pero también plantea la rareza de la normalidad, de eso que supuestamente es normal y es lo más raro del mundo, como la oscuridad que tenemos todos y cómo tratamos de imponer la supuesta luz que no es”.

Nuevamente, desde la libertad del entrevistador, se señala que en eso que la actriz señala hay además un juego o abordaje desde el personaje del hijo, en que la misma casa, la prostitución y la no claridad de si estamos viendo cosas intra mente o la representación planteada, es un planteo interesante.

En ese marco, la Chavarría reflexiona que lo que se plantea “tiene que ver con dejarlo abierto a esos lugares donde el hombre debía ir a debutar y también se deja abierto a que exista el abuso. No solo el abuso tiene que ver con el incesto sino también con el imponerle al otro cómo debe ser su primera vez. Hay mucha cosa ahí. O qué le debe gustar, qué pasa con el espejo, qué pasa con el padre, ese miedo del padre y todo lo que está tapado del padre y de la madre también por supuesto, que no hay seres libres en esta obra”.

Luego, aprovechando este enfoque y retomando la participación de Plada, se le pregunta al actor qué interpretación hace del momento de abuso del padre a su hijo, en esa “muestra de afecto” que viene a decir “ya te violenté, ahora te abrazo, y del abrazo a lo que sigue”…

El actor, remarca: “Yo creo que es una alegoría. Es como explicitar el abuso que tienen muchas familias o gran cantidad de familias de parte de los padres y madres. Abusos que parecen una tontería, pero de repente miradas y pensadas con un tono más reflexivo te das cuenta que son un abuso bastante serio para los chiquilines”. En ese sentido, ahonda que “de repente parecen tonterías: qué pase un padre y le toque la cola a la madre, es una tontería, no está cargada, pero en realidad para ese niño sí lo sea, quizá si sea algo muy fuerte de ver, algo intolerable de ver, porque tampoco tiene la mente para entenderlo y puede ser un juego”. 

En síntesis, Plada añade que “en realidad, lo que busca Pavlovsky también es un poco jugar a eso: a las cosas que parecen inocentes pero que en realidad tenemos que ser responsables de cada acción que hacemos, de cada decisión que tomamos cuando tenemos a cargo una persona como un niño, toda esa responsabilidad que a veces no la dimensionamos en su totalidad”. Chavarría le complementa, señalando que también de lo que trata la obra en ese sentido es “el formar a alguien, ¿no?. La obra habla muchísimo de cómo la sociedad forma a un ser humano. Y creo que en el personaje del niño grandote, como espectadores podemos ver a alguien que tiene un problema, pero hay un borde en el que no sabes qué problema tiene. Pero creo que lo que se plantea es cómo podemos llegar a eso como sociedad, no solo como familia”. 

Por último, tomando las palabras de la actriz como disparador, Daniel Plada comparte su reflexión al respecto: “En esto de que los padres están formando un niño, y seguramente esos padres fueron formados de una manera bastante similar, entonces [entendemos] como que esa bola va a seguir creciendo y va a seguir corriendo y ese hijo va a formar otro hijo que va a ser muy parecido a esto. En realidad, si no se para esto, no hay una forma de terminarlo”.

Así, cabe remarcar cómo el autor entiende la construcción propia del teatro, expresando sobre el cierre de su prólogo la dificultad de manifestarse bajo los códigos teatrales. En el sentido, Pavlovsky señala que “la forma singular y específica de cómo esas ideas son transportadas a la cotidianeidad exasperante de personajes que no deben decir ideas sino sólo vivir sus vidas, ‘transcurrir sus vidas’. […] Y el autor debe dejarse adueñar por esos personajes, porque en última instancia son ellos los que constituirán la obra”. 

Es por eso que cada espectador y cada espectadora resignifica en su mirada una nueva interpretación de la crítica imperecedera que Pavlovsky hace a las instituciones de su tiempo, a la violencia que permea cada célula de una sociedad podrida, que ya en ese entonces confunde los conceptos de amor con el odio visceral que enreda a la otredad en una telaraña que lo inmoviliza, lo vuelve presa, lo vuelve consumible. Hoy no tenemos golpes de Estado que llevan a que la violencia externa nos avasalle de tal manera (aunque quizá tenga sentido cuestionar hasta dónde la imagen de una puerta siendo arrancada por fuerzas de choque, o autoridades violando a mujeres en su propio hogar, o el robo descarado de bienes por parte de autoridades no tenga un eco que nos signifique punta de lanza para la reflexión). Sin embargo, la violencia que emerge y ebulle desde las propias células de la sociedad sí encuentra una resonancia en esta obra, en tiempos donde vemos cómo se deterioran los espacios de encuentro e intercambio, son las crianzas en tonos de violencia las que luego repercuten en la incapacidad de una sociedad de entenderse parse de aquello que odia, simulando un desencanto que lleva a arrojar una piedra, sin saber que la ventana que rompe es la de su propia casa. 

Por último, cabe remarcar no solamente la recomendación a una obra por demás removedora, con una cautivadora interpretación y adaptación de Sebastián Silvera Perdomo, sino también el exuberante trabajo técnico que logra aclimatar cada momento de la obra. Dicho trabajo, es responsabilidad de Johanna Fonseca y Lorena Rosano, en escenografía, vestuario y realización; Nicolás Amorín, en diseño de iluminación; César Fernández y Stéfano Beltranchini en ambientación sonora. Además, integran el equipo el ilustrador argentino Federico Gallardo, en diseño gráfico; Reinaldo Altamirano, en fotografía, Agustina Vázquez Paz, en redes sociales; Fernanda Muslera, en Comunicación y Prensa; siendo la producción trabajo de La Gaviota

(Visited 28 times, 1 visits today)
Close