En cada pequeña aurora sentimos un impulso hacia la novedad.
Creo que los cambios que vivimos en forma constante suelen girar más deprisa de lo que nuestras perspectivas son capaces de asimilar. Por eso, el crecimiento emana de la apropiación de aquello que no solo implica cambio, sino redirección.
Lo sentimos, no en nuestra sensibilidad propiamente dicha, sino en nuestras raíces. Se forja una naturaleza quebrada, pero que renace al desgañitar aquello que aún la ata al dolor.
¡Impresionante lección que nos damos a nosotros mismos!
El ocaso parecía un condicional y sin embargo nuevamente vemos la claridad del nuevo día.
Como si la experiencia no caminara tomada del brazo del dolor, forjamos un tormento que en sí mismo nos da vuelta a la baraja de opciones, en un eterno volver a empezar, pero que parece suficiente para abrazar al crepúsculo.
El ego es un caballo que hay que montar para conocerlo.