Canto la esperanza de un mundo nuevo
Lejos de ser un congreso convencional, este se basó en actividades de debate constantes, vinculadas a la integración internacional, al feminismo, alternativas a las crisis actuales que atraviesa la economía capitalista de occidente, los vínculos de la política con los medios de comunicación, medio ambiente, educación, ciencia, cultura, racismo, así como también varios balances y reflexiones sobre el gobierno provisorio de Michel Temer. Cabe destacar el claro enfoque de estas temáticas en su vínculo con los jóvenes, por encima de cualquier otra perspectiva.
Ahora bien, para quien no conoce a esta organización, lo principal es entender que la causa de la igualdad de género aparece como su bandera más emblemática. Y es destacable la enorme coherencia que tienen entre su prédica y práctica frente a esta bandera, ya que es algo a señalar que los principales cuadros políticos de esta organización corresponden a personas LGTB y mujeres. Si es que esto no sorprende mucho al lector, le invito a buscar una organización nuestro país o en la región, donde la mayor parte de las responsabilidades de conducción política estén asociadas a mujeres, a personas trans, a homosexuales, a negros. El feminismo no es mero discurso.
Otra cosa a señalar de este congreso fue el espíritu combativo que perfectamente podía verse en los militantes de esta organización. Debates donde los jóvenes verdaderamente sacaban provecho, buscando además exponer sus ideas sin miedo o preocupación por un concepto que, a mi entender, tan corrosivo es para la política de izquierda, y que además, bastante se nos ha metido en la izquierda uruguaya, que es el concepto de lo “políticamente correcto”.
Por otro lado, tampoco puedo dejar pasar por alto el hecho de que, durante estos 4 días de Congreso, la UJS no solamente defendió en la palabra sus ideales o sus utopías, sino que logró generar en sus participantes una comunidad abierta a los procesos de integración, donde los “nuevos” militantes eran convidados a exponer sus ideas en los debates, donde varias veces dirigente y nuevo militante presentaban ideas hasta contrapuestas, sin que ello signifique un “llamado a silencio”, una “corrección” o un “ninguneo”. No, lejos de ello, se aceptaba la postura, se argumentaba una alternativa, y se llegaban a una síntesis por medio del diálogo, propio de una fraternidad que un “compañerismo” exige. Creo que, para que se entienda este concepto, me permitiré ejemplificar con el diálogo que mantuve con un joven de 15 años, quien me contó que “antes de entrar en la UJS, era muy homofóbico”. Las bromas, la violencia, el destrato era parte de su accionar frente a “lo que sentía diferente”. Lo que la formación dentro de una casa conservadora y de derecha había generado, la convivencia y la contrahegemonía de una organización socialista lo había transformado, sin violencia o exigencias, sino demostrando con el ejemplo que la paz y la convivencia generan frutos mucho más deseables.
Me sorprendió la cantidad de jóvenes que, en diálogo, expresaban que fue en estos espacios de militancia donde aprendieron que “es tiempo de luchar”, que deben ser dueños de su tiempo, y ser quienes enfrenten sus desafíos. Nuevamente, una escuela de izquierda lograba formar con éxito sus principios.
En resúmen, no es mi intención idealizar a la organización UJS. Simplemente me gustaría destacar como ejemplo sus aspectos positivos. En un Brasil que promete un panorama oscuro, en una región donde nos quieren hacer creer que las utopías están frente a su ocaso, todavía quedan jóvenes destallando en rebeldía. Pero si algo deja en claro la región, es la importancia de no perder la capacidad de soñar, en actualizar mediante el divino tesoro de la juventud a nuestros sistemas políticos y a nuestras utopías.
Sin jóvenes no hay futuro, y sin futuro no habrá lucha, transformaciones ni alternativas a las injusticias que este sistema promueve. Para ello, necesitamos que nuestros espacios y nuestras lógicas participativas no sean las mismas que han generado un distanciamiento entre la política y las “personas comunes”. Es deber de la izquierda abrirle las puertas a las juventudes, a sus proyectos e intereses, porque si algo nos ha demostrado la región es que los sistemas tienden a pudrir sus transformaciones, en la medida que se estancan. Dinamismo en términos de recambio, espacios de debate constante y convergencia entre los movimientos sociales y las fuerzas políticas no son ya una hermosa bandera, sino una necesidad de nuestros tiempos para salvaguardar nuestros sueños.