Dejar ir algo que tenemos atesorado a nosotros es dejar ir parte de nuestra felicidad.
No cualquiera logra desprenderse de algo tan potente.
Sin embargo, hay que ser cuidadosos:
la felicidad entendida como narcótico es un dolor hipotecado en cuotas impagables.
Sin duda, es más deseable sentir dolor que no sentir nada en absoluto, pero esto también necesita un cuidado: no todo dolor es necesario para abrir paso al placer de sentir el afecto compartido.
Por eso, creo que es necesario entender lo siguiente: somos parte de un cambio constante.
También nosotros cambiamos, incluso bao el efecto narcótico del amor.
El problema es que bajo este efecto creemos elevarnos y una vez que los pies dejan el suelo, la cabeza cree que su estado de armonía es inmutable.
¡POBRES QUIENES CREAN QUE LA FELICIDAD ES UNA CONSTANTE!