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Semblanza de un indio crudo

I.

Cien años lleva

sembrando este suelo

el legado que abrió sus ojos

en una rinconada brotada

de las flores del sureste de Chamangá.

Cuenta su paternidad

que el fondo del mar

es hoy un pico de cordillera;

Pudiera ser cierto.

Confía en que sí,

para no morir en la idea

de que los trabajadores

que no han tomado el poder hasta ahora,

hayan perdido definitivamente el tren.

II.

Desde su bucólica claridad meridiana

entiende y sostiene

que hay que hacer

y que tenemos que hacerlo

nosotros mismos.

Frente al frío mármol

que mantiene la estantería como está,

él propuso la acción directa,

que de una vez entienda

que hay que desmontar

“engranaje por engranaje,

un descomunal sistema

que ha esclavizado a nivel mundial

a pueblos enteros y personas”.

El indio crudo interpela:

¿de qué sirven los papeles?;

¿con qué derecho ostentar saberes?,

si más fuerte que las palabras

de igualdad, rebeldía o revolución,

gesta heroica una humilde acción

que al llevar los pies al barro

da el primer paso,

imprescindible para luchar

contra la mísera marginación

que sin azúcar lleva a la pauperización

de aquellos cañeros

que el feudalismo rampante utiliza

como piezas de engranaje

de esta maquinaria caníbal y carroñera

de sí misma.

III.

Rodeado de peludos

el indio crudo habló

de un Frente grande

fuera de las tradiciones

y de los trajes de ajustada corbata

,invitando a soñar:

a sacudirse los parásitos

y salir adelante,

caminando con sus pies descalzos,

sus pieles sucias,

y sus ojos limpios.

No es que este indio

dé respuestas acabadas,

pero en sus búsquedas tal vez

encuentren a un compañero

que también se interroga,

y con quien le gustaría explicar por qué

los no seleccionados de este sistema

pueden seguir jugando

y emperramente soñando

con ganar una mísera partida.

La mano desenfunda entonces

anhelos de insurrecta cofradía

e intentando no morir en las concesiones,

dispara su utopía.

IV.

El indio crudo es entonces encerrado

y escapa en un abuso ante la ciega mirada

de los pobres poderosos

que en la ruta lo capturan

intruso de las miserias vencedoras.

Recibe una bala en la quijada,

mientras el cobarde uniformado

siente el peso de la historia;

el mismo que lo llevó a decir

en la noche azabache:

“No queremos otro Che”.

Hay que decir

las cosas como son,

y que lo entiendan tanto los propios

como los que están enfrente,

aunque cueste doce años de soledad:

la auto-ubicación y la auto-valoración

son el hélice liviano

que nos lleva a la enseñanza

de que hay que organizarse mejor

para enfrentar esta avalancha.

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